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Psicóloga, especialista en dolor crónico, enfermedades reumáticas y fibromialgia

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Blog

Blog de Milena Gobbo, psicóloga especialista en dolor y enfermedades reumáticas.

Información, ideas y novedades relacionadas con el dolor crónico, con las enfermedades que lo producen (fibromialgia, artritis reumatoide, cáncer, espondiloartropatías, enfermedad inflamatoria intestinal, etc.) y con los estados emocionales que contribuyen a que se mantenga (depresión, ansiedad, estrés, etc.)

Crónicas del Coronavirus 7. Buscando el equilibrio.

Milena Gobbo

Buscando el equilibrio.

A mis pacientes hay palabras que les repito muchísimo. Hasta el aburrimiento. Una de ellas es equilibrio. La importancia de no dejarse ir hacia los extremos en ninguna circunstancia. De mantener la sensación de control en cada momento para no permitir que las situaciones nos desestabilicen. Que ya está bien de ir por la vida como pollos sin cabeza. De pensar en blanco y negro. Como si las cosas fueran perfectas o desastrosas. Las cosas son. Y punto. Y tenemos que aprender a lidiar con ellas lo mejor que sepamos. Lo mismo con las emociones. No pasar de la depresión a la euforia, del estrés a la calma total, del miedo a la temeridad... mantenerse siempre en un punto intermedio que deje que nuestra cabeza pueda pensar con claridad.

Cuando Eva me envió su último grupo de dibujos, el que más me llamó la atención fue el de los pies de una bailarina, uno descalzo y otro no, sobre una bombilla que guardaba un globo terráqueo en su interior. Me fascinó y lo encontré ininteligible. Pero, tal y como me ocurre con sus dibujos, permití que una palabra aflorara en mi cabeza. Equilibrio. Y decidí que a partir de ahí engancharía mi interpretación y mi reflexión sobre el resto de los dibujos.

¡Estamos tan necesitados de equilibrio…! Si queremos salir adelante en esta situación, con la marejada y los vaivenes a los que esta enfermedad y su gestión nos ha arrojado, necesitamos más que nunca mantenernos firmes, buscar referencias, y establecer horizontes. No dejarnos arrastrar de un lado a otro. Mantener el equilibrio.

Creo que eso representa esa bailarina. Una humanidad que, independientemente de que lo haga con más o menos recursos, necesita funcionar unida y de común acuerdo para mantenerse en equilibrio en esta situación y que el mundo siga brillando para todos. No es momento de perderse ni en reproches ni en victimismos, sino de mantenerse tranquilo y firme. Es momento de mantenerse unidos para poder seguir en pie.

Todos juntos. Todos iguales.

Me gusta la suma de las manos para contener este virus. Todas las manos cuentan. Las de los sanitarios, las de los comerciantes, las de los que cantan, las de los que cosen, las de los que no hacen nada, pero al menos no ponen palos en las ruedas, las de los que nos hacen reír, las de los que se equivocan, las de los que lo intentan… Pero me gusta, sobre todo, la metáfora de nuestros balcones. Esos en los que cabemos todos, en los que buscamos salvarnos de la tempestad. Ahora somos en cierto sentido tan frágiles y vulnerables como todos los refugiados que hemos visto surcar el mar en patera. Como ellos huimos. Como ellos tenemos miedo. Como ellos queremos encontrar refugio en un lugar seguro. Y nuestras casas son los barcos que nos mantienen a salvo. Es curioso cómo el virus, de algún modo, restaura el equilibrio, simplemente, porque nos afecta a todos por igual. 

El virus ha dejado parada nuestra industria, nuestras fábricas, y muchas de las formas en que nos ganamos la vida. Y tenemos que elegir en qué invertimos el dinero, cómo lo usamos. Cuáles deben ser las prioridades. Tenemos que reflexionar para encontrar un nuevo equilibrio en los gastos. En las inversiones. Qué va primero y por qué. Y como se suele decir, la justicia no es dar a todos por igual, sino a cada uno según su necesidad. ¿Y qué es lo que más necesitamos ahora? 

En cualquiera de los ámbitos, no sólo en el público, tenemos que aprender a jugar nuestras cartas. No sólo los gobiernos, los estados, los ayuntamientos, las empresas, y las grandes multinacionales deben usar inteligentemente los recursos. También cada uno de nosotros, tenemos que encontrar un equilibrio. Decidir cómo vamos a utilizar aquello de lo que disponemos. Nos han dado unas cartas y con esas cartas tendremos que jugar la partida. E intentar ganar el juego.

Recuperar, poco a poco, el equilibrio, eso que nunca imaginamos que fuera tan importante: LA NORMALIDAD.

Crónicas del coronavirus 6. Se irá como llegó.

Milena Gobbo

Las canciones, los poemas, los libros, los cuadros, si son buenos, cobran distinto sentido en función de la persona que los mira. Pero también, la misma persona puede hacer distintas lecturas de una misma obra según la vea en diferentes momentos de su vida. Desde que Eva me envió sus últimos dibujos, quizás porque también estuvimos hablando de Aute, que acababa de fallecer, me vinieron a la mente canciones de las que me gustaban a los 20 años. Cantautores sobre todo. Y una de esas canciones especialmente se repetía machacona en mi cabeza. La “Canción para una depresión” de Joan Bautista Humet. No era mi favorita entonces. Sin embargo, la debí escuchar muchas veces, porque recordaba la letra palabra por palabra, y no daba crédito a lo bien que me encajaba en este momento.

¿Depresión? No sé. Los médicos y los psicólogos ponemos en “cajas” imaginarias las cosas del cuerpo y de la mente para entenderlas mejor. Las nombramos. Intentamos definirlas. Así que llamemos depresión, si queréis, a esta sensación que nos está acompañando a veces.

No es sólo la angustia de estar encerrado. Es la pena por los sucesos tristes que cada día te comentan o vives en primera persona. Es el miedo de si el próximo podrías ser tú, podría ser la persona a la que quieres. La incertidumbre de lo que pasará más adelante en todos los ámbitos de nuestras vidas. La impotencia de querer hacer frente a lo que ocurre y no saber cómo hacerlo. Hay cosas de las que no podemos escapar. Contra las que no podemos luchar. Tenemos que mirarlas llegar, apretar los dientes, cerrar los ojos, dejar que nos inunden y confiar en que, cuando por fin se marchen, estemos todavía allí, en pie.

La catástrofe.

Junto con el virus ha llegado un compañero igual de peligroso. Incluso yo diría que más peligroso. Los psicólogos lo llamamos el catastrofismo. Ya sabéis, necesitamos “cajas”, “etiquetas”, modos de nombrar lo innombrable. Este pensamiento catastrófico se ha colado con el virus en todos nosotros. No importa en qué lugar del mundo vivamos, nuestro sexo, edad, nivel económico y religión. El cuervo de la catástrofe no distingue fronteras ni físicas ni mentales.

El compañero indeseable

Como el coronavirus, el catastrofismo se contagia rápidamente, se cuela en todas partes, no nos abandona y vigila todo lo que hacemos, nuestra vida cotidiana. Todos nuestros intentos de descansar, de entretenernos, de compartir, de soñar,… son burlados por este cuervo de mal agüero que nos anticipa todos los males reales o imaginarios y nos enturbia sistemáticamente las ideas felices.

Leopardos y erizos

Mientras dentro de nuestras casas el cuervo nos somete a la presión de sus vaticinios siempre terribles, en el mundo exterior sólo vemos dos tipos de individuos:

· Los leopardos. Esos depredadores sigilosos siempre al acecho para cobrarse víctimas. Esos que buscan sacar el máximo rendimiento de la catástrofe. Los que pese a ella se harán más ricos. Los que se harán más famosos. Los que sacarán provecho de la situación.

· Los erizos. Esos seres vulnerables y temerosos en los que nos hemos convertido la mayoría, que andan ahora con las púas por delante. Muertos de miedo. Estableciendo distancias. Recorriendo el mundo con mirada huidiza intentando no cruzarse con nadie.

El flautista de Hamelín

Pese a todo, estoy segura de que un día no muy lejano nos liberaremos del virus. No sé si una flauta mágica sonará por casualidad y se lo llevará consigo. Pero lo importante es que con virus o sin él, al que debemos exterminar sin duda y alejar de nosotros es al cuervo del catastrofismo. No podemos dejar que nos arranque los ojos. Porque si miramos con los ojos del cuervo todo lo vemos negro. Tenemos por el contrario que arrancar los suyos y plantar semillas de futuro para pensar que se irá, que todo se irá como llego, sin avisar, y que, mientras tanto, como también cantaba Humet, “Hay que vivir, amigo mío”.

Crónicas del coronavirus 5. Haciendo Historia.

Milena Gobbo

Mi suegro y mi abuela me hablaban muchas veces de la guerra. La Guerra Civil Española y la 2ª Guerra mundial, que mi suegro vivió las dos. Y ambos coincidían en considerar que las guerras, todas las guerras, eran absurdas y trágicas. No importaba en qué bando estuvieras ni la razón por la que comenzaron. Vivir la Historia siempre me ha parecido algo poco deseable. Parece que todo aquello que algún día pasará a la Historia conlleve grandes pesares y poca felicidad. Incluso los personajes que pasan a la Historia son claramente menos felices desde mi punto de vista. No quiero pasar a la Historia. No quiero vivir la Historia. Solo me interesan las pequeñas historias. Las que no dejan huella en los libros.

Pero, me guste o no, me está tocando vivir la Historia. Porque este momento entrará en ella, como suele ocurrir con los momentos desagradables. Con aquellos que querríamos que no hubieran ocurrido nunca. Precisamente por eso, quiero pensar que son momentos excepcionales. Que lo normal (lo más frecuente) es lo contrario. Y como es lo más frecuente volveré a vivir la vida normal. Optimista, ya me conocéis.

¿Cómo relatarán los libros de Historia en el futuro todo lo que está pasando? Me encantaría vivir lo suficiente como para ver qué es lo que les enseñan a mis nietos o tataranietos sobre esto. Rastrear la Verdad en el exceso de información falsa y verdadera que circula en este momento por todo el mundo será muy difícil.Tan difícil o más que cuando se intenta encontrar la Verdad sobre hechos del pasado de los que tenemos poca o ninguna documentación. No me gusta hacer Historia. Pero así es como, de la mano de los dibujos de Eva, veo yo esta historia.

Creciendo

No lo vimos venir. Seamos honestos. La mayoría no lo vimos venir. Lo vimos de lejos y pensamos que era insignificante, porque en la distancia las cosas se ven pequeñas y poco peligrosas. Parece que son cosas que les pasan a otros. A nosotros no. “Nosotros tenemos un sistema de salud estupendo”. “No puede ser tan malo como lo pintan”. “Ya estamos como siempre con las catástrofes”. De tanto decir que venía el lobo, pues dejamos de creer que el lobo podía llegar a venir. Pero, según pasaba el tiempo, vimos que el bicho crecía. Se hacía grande. Y empezaba a dar miedo. Y el ritmo en que crecía era vertiginoso.

El rey

Cuando el virus llegó hizo honor a su nombre y se hizo el rey. Se colocó su corona y se infló como un globo y sobrevoló todo el mundo. Y nos llevó con él. Nos arrastró a su espalda y, paradójicamente, no fuimos nosotros quienes lo transportamos a él, sino él el que nos aisló a unos de otros, cada uno en su casa, separándonos de la realidad. Fue él el dueño y soberano de nuestras vidas, y nos llevó por donde quiso, con rumbo incierto.

(Dentro de mí, confío y espero, que, como todos los globos, tarde o temprano, pierda gas y se desinfle).

Lucha de titanes

Una vez que el virus llegó para quedarse, vino la lucha. Perdón. Las luchas. Porque hay muchas batallas que se están haciendo a la vez. La obvia: La de cada uno de nosotros contra este diminuto virus que se empeña en diezmarnos. Pero también muchas otras. La lucha (absurda, absurda guerra) entre los partidos políticos para buscar culpables, para señalar con el dedo y volver las emociones de todos contra todos. La de los territorios (absurda, absurda guerra). La de los distintos profesionales (absurda, absurda guerra). Sin darnos cuenta de que todas las guerras son fratricidas. Que en todas las guerras los que morimos somos nosotros mismos. Todos perdemos.

Azar

La Historia tendrá que reconocer que, pese a toda nuestra ciencia y nuestra tecnología, no supimos qué hacer con el virus hasta mucho tiempo después. Decir que lo vamos a vencer una y otra vez no significaba nada. Estamos en sus manos y dependemos del azar. A unos nos trata bien y apenas notamos síntomas. A otros los enferma mucho. A otros los mata. Durante estos meses estamos completamente en manos del azar. Vivir es como tirar un dado y cruzar los dedos para que salga el número que nos favorece. Y eso es lo que la Historia debería contar. No es que lo hagamos bien o mal. Es que no sabemos qué hacer.

Redes sociales

¿Qué contará la Historia? En esas redes que son ahora nuestro espejo, ahí donde todos nos miramos, como Narciso, enamorados de nosotros mismos, la Historia encontrará millones de cosas. Millones de historias. La mayoría maravillosas. Pero también, por desgracia, muchas mentiras. Millones de mentiras. Y odio, pena, miedo, rabia, humor, amor, errores, aciertos, ideas luminosas, actos de generosidad, ruindades… ¿De todo este maremágnum? ¿Qué contará la Historia?