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Psicóloga, especialista en dolor crónico, enfermedades reumáticas y fibromialgia

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Blog

Blog de Milena Gobbo, psicóloga especialista en dolor y enfermedades reumáticas.

Información, ideas y novedades relacionadas con el dolor crónico, con las enfermedades que lo producen (fibromialgia, artritis reumatoide, cáncer, espondiloartropatías, enfermedad inflamatoria intestinal, etc.) y con los estados emocionales que contribuyen a que se mantenga (depresión, ansiedad, estrés, etc.)

Crónicas del Coronavirus 9. Instrucciones.

Milena Gobbo

Todos, supongo, hemos tenido ese profesor o profesora que recordamos con especial cariño, y lo hacemos, no tanto por los conocimientos que nos proporcionó, sino por la sabiduría que impartió. Que no es lo mismo. Yo recuerdo un profesor que me dijo: “aprende todo, Milena, y luego, cuestiónalo”. Nunca me han dado un consejo mejor.

Cuando vi el dibujo de Eva que abre esta crónica, supe de inmediato que tenía que hacer una entrada que giraría alrededor de esa idea: Instrucciones. Si hay algo ahora mismo que podemos encontrar en todas partes y a todas horas son instrucciones. Instrucciones para elaborar una máscara protectora, instrucciones de cómo usarla, cómo colocarla, dónde comprarla… Instrucciones también de todo lo imaginable. Podemos encontrar instrucciones de cómo vestirnos, de cómo peinarnos, de cómo construir un mueble o plantar un jardín, pero también de cosas más profundas, de cómo educar a nuestros hijos, de cómo parir y de cómo morir, de cómo darnos placer y como defendernos, de cómo exigir y de cómo ayudar…. Puedo escribir durante el resto de mi vida y no acabaría la lista de instrucciones que podemos encontrar sobre todo lo imaginable a nada que pulsemos un botón.

Y en este momento, que empieza a abrirse ese confinamiento que nos ha mantenido en casa, tenemos también instrucciones de cuándo salir, de cómo salir, de quiénes salir, de cuánto salir. El problema es que de las instrucciones se pasa a las normas, y de las normas a las leyes. Y antes de acatar ciegamente instrucciones, normas y leyes, es importante entender lo que proponen, cuestionarlo y decidir si lo hacemos propio o no.

Aprender todo y cuestionarlo todo. No olvido el consejo.

En algún momento de mi vida, alguien me presentó como “experta en…”. Me entró un ataque de risa por dentro. ¿¿Experta??? ¿yo???? Así que, entono el mea culpa. Porque en algún momento yo también he dado instrucciones y normas, con la mejor voluntad del mundo. Hoy quiero redimirme y dejar claro que las instrucciones son sólo eso. No son verdades ni mentiras, sólo instrucciones. Cosas que podemos hacer o no para conseguir un objetivo, y que lo hagamos o no, tiene que ser una decisión nuestra, tiene que ser porque nos parece que tienen sentido, que sirven, que nos convencen. No me entendáis mal. No os llamo a la rebelión “Dime de qué hablas, que ME OPONGO”. Tampoco a la sumisión “Es que HAY QUE hacer esto porque lo han dicho los que mandan…”. Ambas posturas son peligrosísimas. Sólo os invito a que reflexionéis y penséis en qué se hace, por qué se hace y si estáis o no de acuerdo en hacerlo, teniendo en cuenta siempre, que hagáis lo que hagáis, lo verdaderamente importante es que no os dañéis a vosotros mismos ni dañéis a los demás.

Simplemente, usad vuestro sentido común. Eso que parece tan fácil, pero es tan difícil a veces.

Ya nos pasaba antes, pero durante esta época ha sido todo mucho más exagerado. La vida no parece vida, sino una sucesión de fotografías que enviamos a otras personas que a su vez nos las envían a nosotros, todo ha ido pasando de un sitio a otro, lo que comemos, lo que cocinamos, las plantas que cultivamos, lo que nos ponemos, la música que escuchamos, las fotos de los maridos, de los hijos, de los padres, los muebles de nuestra casa. Hemos estado fuera sólo en fotografía. Irreales. Virtuales. Viviendo una vida que no es.

Contra toda lógica, esas puertas y ventanas cerradas han sido más cotillas que nunca. Todo ojos, todo oídos. La atención puesta en la conducta de los otros, pendientes de quién sale y quién entra, juzgando, valorando, simplemente cotilleando, desde la seguridad de estar detrás de la puerta. Da miedo salir. Sentirse observado. Perdido el anonimato de la bulliciosa vida normal.

Salimos, por fin, a la calle. A esa primavera que veíamos desde la ventana. A ese sol que se colaba en nuestras casas invitándonos provocador. Han tocado a la puerta y ya podemos salir, pero somos como momias que despiertan de un sueño muy largo. Desubicados. Ciegos. Extraños. Perdidos. Hemos estado tan metidos en nosotros mismos que ahora casi dan ganas de ver las cosas desde lejos, mirarlas con prismáticos sin salir de donde estamos.

Y aquí es donde llega el momento de valorar nuestras instrucciones. De salir del cajón, de nuevo haciendo equilibrios, buscando la mejor manera de afrontar de nuevo la vida, aunque sea luchando contra nosotros mismos. Porque, como le digo a mis pacientes, en ocasiones no se trata de hacer lo que nos apetece, sino lo que hemos decidido hacer. Esa es la más libre forma de ser.

Crónicas del Coronavirus 8. Mirando al futuro

Milena Gobbo

Para Eva, el arte es su medicina. Se delata a sí misma al enviarme uno de sus dibujos, en el que se ve una farmacia con un escaparate que, en lugar de medicinas, está lleno de material de bellas artes. Me trae a la memoria una entrada antigua de mi blog que hablaba, precisamente, sobre el uso del dibujo para aliviar el dolor. Está claro que la actividad artística funciona para poder regular las emociones, al menos para algunas personas. 

La medicina del arte.

Eva me manda tantos dibujos que no sé por dónde empezar. Me cuesta elegir y descartar. ¡Son todos tan interesantes! Así que opto por la actualidad. El momento. Es imposible no hacerlo porque para mí ha sido maravilloso escuchar esta mañana carreras y voces de niños. Verlos con las bicicletas (privilegiada yo, que tengo un balcón desde el que puedo verlos pasar, en una avenida ajardinada y tranquila). ¡Todos tenemos tantas ganas de correr, como ellos, por la calle! 

Hace muchos años vi una película cuyo título no recuerdo. Pero sí recuerdo que los niños protagonistas iban corriendo a todas partes. Verlos me trajo la infancia al cuerpo. Esa sensación fantástica. Esa prisa. Los niños no andan. Corren. Cuando se cansan basta una frase: “A ver quién llega antes hasta esa papelera”, y su cansancio desaparece. Es mágico. Los niños tienen ese impulso dentro que es envidiable. Esas ganas. Esa ilusión. Por eso me alegra pensar que los niños puedan salir a las calles, aunque sea con medidas, con metros, con reglas, con condiciones. Me alegra mucho. Pero a veces, oscilo, como Eva en sus dibujos, entre la alegría y la duda: ¿no estaremos jugando peligrosamente?

Del pasillo de casa a la calle…tomando medidas y procurando no jugar con fuego.

Con la salida de los niños, tengo la sensación (quizás falaz, pero no por ello menos intensa) de que este es el primer paso que damos hacia el futuro. Ellos, niños míos, son el futuro. Y que estén en la calle es un poco como acabar con el maldito virus. Ese que por la noche soñamos con destruir. Verlos en la calle me hace pensar que ya queda menos. Que alguno de nuestros intentos desesperados por destruirlo, por acabar con él, va a dar resultado. Que de una manera o de otra lo vamos a conseguir y que será pronto. Tengo ganas de verlo aplastado, humillado, destrozado, tengo ganas de poder con él, de ser más fuerte que él… aunque sienta que todavía el suelo en el que me apoyo sea peligrosamente inestable.

Lo aplasto, lo sierro, lo piso… puedo con él.

Sin embargo, no puedo menos que hacerme preguntas. Ya queda menos, sí, ya queda menos…pero ¿menos para qué? ¿qué es lo que vendrá después? ¿cuál es el mundo que nos espera? ¿qué nos depara el futuro? En esa ventana al mundo que son nuestros teléfonos móviles he visto miradas de todo tipo. He visto gente que simplemente esconde la cabeza y cierra los ojos al futuro porque no lo quiere ver. También gente que alza los ojos a las alturas. Al cielo de sus creencias para confiar en Dios y en su intercesión.  A las alturas de los que gobiernan, porque confían o desconfían de ellos, y piensan que la solución o la derrota llegará de allí. A las alturas de la ciencia, de los sabios, de los gurús que pensamos que tienen conocimientos superiores a los nuestros y que van a encontrar la forma de salvarnos del virus, y de sus consecuencias. Y entre medias, encuentro miradas de todo tipo: esperanzadas o suplicantes, suspicaces o confiadas. Yo, me identifico con los que miran de frente. Los que simplemente miran. Los que observan. Los que intentan verlo todo. Los que miran al futuro intentando estar limpios de sesgos, expectantes, curiosos. Sin vaticinios. Sin catástrofes. Sin triunfalismos. Sólo viendo cada día lo que llega. Y deseando, eso sí, que siga llegando un día nuevo, y que el que llegue sea al menos un poco mejor. 

Porque desear es gratis. Así que, a poder ser, deseo que llegue el día de la madre, el próximo fin de semana, y que mi regalo sea un poco de aire de Madrid.


Crónicas del Coronavirus 7. Buscando el equilibrio.

Milena Gobbo

Buscando el equilibrio.

A mis pacientes hay palabras que les repito muchísimo. Hasta el aburrimiento. Una de ellas es equilibrio. La importancia de no dejarse ir hacia los extremos en ninguna circunstancia. De mantener la sensación de control en cada momento para no permitir que las situaciones nos desestabilicen. Que ya está bien de ir por la vida como pollos sin cabeza. De pensar en blanco y negro. Como si las cosas fueran perfectas o desastrosas. Las cosas son. Y punto. Y tenemos que aprender a lidiar con ellas lo mejor que sepamos. Lo mismo con las emociones. No pasar de la depresión a la euforia, del estrés a la calma total, del miedo a la temeridad... mantenerse siempre en un punto intermedio que deje que nuestra cabeza pueda pensar con claridad.

Cuando Eva me envió su último grupo de dibujos, el que más me llamó la atención fue el de los pies de una bailarina, uno descalzo y otro no, sobre una bombilla que guardaba un globo terráqueo en su interior. Me fascinó y lo encontré ininteligible. Pero, tal y como me ocurre con sus dibujos, permití que una palabra aflorara en mi cabeza. Equilibrio. Y decidí que a partir de ahí engancharía mi interpretación y mi reflexión sobre el resto de los dibujos.

¡Estamos tan necesitados de equilibrio…! Si queremos salir adelante en esta situación, con la marejada y los vaivenes a los que esta enfermedad y su gestión nos ha arrojado, necesitamos más que nunca mantenernos firmes, buscar referencias, y establecer horizontes. No dejarnos arrastrar de un lado a otro. Mantener el equilibrio.

Creo que eso representa esa bailarina. Una humanidad que, independientemente de que lo haga con más o menos recursos, necesita funcionar unida y de común acuerdo para mantenerse en equilibrio en esta situación y que el mundo siga brillando para todos. No es momento de perderse ni en reproches ni en victimismos, sino de mantenerse tranquilo y firme. Es momento de mantenerse unidos para poder seguir en pie.

Todos juntos. Todos iguales.

Me gusta la suma de las manos para contener este virus. Todas las manos cuentan. Las de los sanitarios, las de los comerciantes, las de los que cantan, las de los que cosen, las de los que no hacen nada, pero al menos no ponen palos en las ruedas, las de los que nos hacen reír, las de los que se equivocan, las de los que lo intentan… Pero me gusta, sobre todo, la metáfora de nuestros balcones. Esos en los que cabemos todos, en los que buscamos salvarnos de la tempestad. Ahora somos en cierto sentido tan frágiles y vulnerables como todos los refugiados que hemos visto surcar el mar en patera. Como ellos huimos. Como ellos tenemos miedo. Como ellos queremos encontrar refugio en un lugar seguro. Y nuestras casas son los barcos que nos mantienen a salvo. Es curioso cómo el virus, de algún modo, restaura el equilibrio, simplemente, porque nos afecta a todos por igual. 

El virus ha dejado parada nuestra industria, nuestras fábricas, y muchas de las formas en que nos ganamos la vida. Y tenemos que elegir en qué invertimos el dinero, cómo lo usamos. Cuáles deben ser las prioridades. Tenemos que reflexionar para encontrar un nuevo equilibrio en los gastos. En las inversiones. Qué va primero y por qué. Y como se suele decir, la justicia no es dar a todos por igual, sino a cada uno según su necesidad. ¿Y qué es lo que más necesitamos ahora? 

En cualquiera de los ámbitos, no sólo en el público, tenemos que aprender a jugar nuestras cartas. No sólo los gobiernos, los estados, los ayuntamientos, las empresas, y las grandes multinacionales deben usar inteligentemente los recursos. También cada uno de nosotros, tenemos que encontrar un equilibrio. Decidir cómo vamos a utilizar aquello de lo que disponemos. Nos han dado unas cartas y con esas cartas tendremos que jugar la partida. E intentar ganar el juego.

Recuperar, poco a poco, el equilibrio, eso que nunca imaginamos que fuera tan importante: LA NORMALIDAD.