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Psicóloga, especialista en dolor crónico, enfermedades reumáticas y fibromialgia

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Blog

Blog de Milena Gobbo, psicóloga especialista en dolor y enfermedades reumáticas.

Información, ideas y novedades relacionadas con el dolor crónico, con las enfermedades que lo producen (fibromialgia, artritis reumatoide, cáncer, espondiloartropatías, enfermedad inflamatoria intestinal, etc.) y con los estados emocionales que contribuyen a que se mantenga (depresión, ansiedad, estrés, etc.)

Crónicas del Coronavirus 12. Llevar la razón o perderla.

Milena Gobbo

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Hace mucho tiempo estaba charlando con una amiga en un muy conocido comercio esperando turno para pagar unas cosas que habíamos comprado a nuestras hijas. De repente escuchamos en el mostrador una discusión que iba progresivamente subiendo de tono, hasta el punto de que todos los que estábamos en la tienda enmudecimos y nos limitamos a contemplar estupefactos aquella sarta de insultos e improperios, que no sé cómo acabaron, porque al final la cajera tuvo que llamar a seguridad. La discusión había empezado porque las dos personas que estaban al principio de la fila pensaban que era su turno y que estaban la una por delante de la otra. Las niñas se miraron y una le dijo a la otra: “Yo creo que la que llevaba la razón era la del abrigo verde, y que estaba antes…”. Mi amiga zanjó el asunto con una frase de las que habría que enmarcar: “Cuando las personas se faltan al respeto y se comportan de esa manera, ninguna lleva la razón, porque la razón es precisamente lo que han perdido”.

Tengo la sensación de que la tensión vivida en los últimos tiempos nos tiene a todos al borde de la pérdida de la razón, y me preocupa especialmente la escalada de rabia, de odio, la falta de respeto al otro. Se puede estar de acuerdo o no con la manera en que se hacen las cosas, pero no es necesario el insulto, el grito, los cuchillos, las heridas. Cuando se pierden las formas, se pierde la razón. No hablo sólo de la política, aunque eso sea lo más evidente, hablo de cómo nos tratamos entre nosotros. De cómo reaccionamos ante las cosas. No es sólo la bronca política (que también), es un estado de ánimo desbordado, en el que la respuesta es tan inadecuada como la conducta que la provocó. Es horrible que un policía mate a una persona sin razón alguna. Pero es horrible también que otras personas arrasen comercios y saqueen lugares. Esa no es la solución. Como dice el hermano de la víctima: “no destruyas, vota”.

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No quiero cacerolas, ni teatros. Hace falta algo más que ira para poder salir de esta situación, y es necesario poner la energía en acciones más útiles.

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Quiero salir de esta primavera que hemos generado con tanto esfuerzo con más flores y menos cardos.

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La actitud tiene que ser de colaborar, no de pelear. En la pelea, al final, sólo ganan los malos. Cuando nos enfrentamos, cuando perdemos la razón, lo que prevalece es lo peor de nosotros, los que medran y florecen son los peores de nosotros. Ese no es el camino.

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Hay que elegir bien a los enemigos. Nuestro enemigo no es el virus, ni los policías blancos, ni los políticos de otra ideología. Nuestros enemigos, ya lo decía Cervantes hace tantos años, son la ignorancia, la injusticia y el miedo. Y es ahí donde tenemos que centrar nuestros esfuerzos. Esforzarnos en aumentar nuestros conocimientos, que son los que nos ayudarán a salir de esta epidemia porque todas las medidas son útiles, pero no suficientes.  Esforzarnos en luchar para que el mundo sea más justo, y no generalizar sin fundamento. Castigar al que obra mal, sea de la raza que sea, del partido que sea, de la nacionalidad que sea, del sexo que sea, pero no castigar a todos los de su raza, de su partido, de su nacionalidad o de su sexo. Y esforzarnos por vencer el miedo, todos los miedos, pero sobre todo los que nos paralizan y nos impiden ser nosotros mismos. La única forma de vivir sin miedo es ser capaz de enfrentarte a lo que temes y salir victorioso. Nunca más sentirás miedo de ello. Protégete, usa todas tus armas, pide apoyo, haz todo lo necesario para sentirte capaz, pero enfréntate a tus miedos y véncelos. Serás más feliz.

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Soy de Madrid, así que aquí hemos salido hace nada de la fase cero. Y hemos salido disparados, como si pudiéramos alejarnos del virus y darle la espalda fácilmente, pero las fases en realidad son una carrera de obstáculos, y debemos dosificar las fuerzas y calcular bien los saltos para no caer. Si no perdemos la razón y nos comportamos como locos, podemos hacerlo, paso a paso, bajaremos esta escalera, pero no es buena idea tirarnos por ella de cabeza.

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Sé que a veces nos piden cosas imposibles, que no se puede comer un helado con mascarilla puesta, o mantener distancias de seguridad en espacios que son como latas de sardinas. También nosotros podemos pedir a veces cosas imposibles, como que se esterilice la ciudad hasta el último rincón o que nos permitan cosas que ni siquiera antes hacíamos. En nuestro esfuerzo por luchar contra los gigantes puede que perdamos la razón. Ahora más que nunca debemos sacar de paseo nuestra empatía, entender los tiempos de los demás, los miedos de los demás, las necesidades de los demás. Así, las vallas serán más fáciles de saltar. No hay una única y perfecta manera de volver a la normalidad que satisfaga a todos en todos momento. Seamos responsables cada uno de nosotros mismos.

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Creo que ha llegado por fin el momento de abandonar las camas y salir del universo irreal de las pantallas, de dejar de escondernos tras un almohadón y volver a vivir de una forma más completa. Si no lo hacemos corremos el riesgo de perder la razón, de un modo distinto, de perder el criterio “objetivo” de nuestra propia “subjetividad”, de falsear la realidad, de pensar que las cosas que pasan son como las cuentan en lugar de poder contarlas nosotros desde nuestros propios ojos y nuestra propia experiencia. No puedo evitar contar una anécdota. He pasado toda mi vida pensando que la famosa Esfinge estaba al lado de las pirámides, y que tenía un tamaño descomunal. Hasta que no visité El Cairo no fui consciente de su tamaño real y de la distancia que la separa de la pirámide más cercana. 

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Sé que para algunas personas es difícil volver a sentirse como antes, pero por suerte la mayoría tenemos cosas que nos motivan, y esas cosas serán las que nos vuelvan a llevar a la calle y a la normalidad. Eva es de Santander. Su familia está allí. Y viendo sus dibujos no me cabe de duda de cual es la llave que la irá llevando de una fase a otra hasta poder volver a abrazar lo que ama. Creo que ese es el método más eficaz para volver a entrar en razón. Recordar que todos tenemos nuestros sueños, nuestros afectos, nuestras vidas. Y que para volver a disfrutar de ellos tenemos que vencer a nuestros gigantes.

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El día 1 de junio volví a abrir mi consulta y empecé a ver a mis pacientes de modo presencial. Ese fin de semana por primera vez desde el confinamiento mi hija y su marido vinieron a comer a casa. Siento que la normalidad poco a poco vuelve a mí, y eso me hace feliz. También me hace pensar que esta será mi última crónica. No quiero que el Pasapalabra de mi vida se convierta en un universo en el que todas las palabras empiezan por C. Ya está bien de coronavirus. Toca ponerse en pie. Como alguien dijo una vez, “mientras suene la música hay que seguir bailando”. Así que me despido de este ejercicio de reflexión que he compartido con mi amiga usando un vídeo maravilloso que he visto esta mañana. Se grabó hace un año, pero es perfecto para este momento. Creo que quien lo hizo tiene toda la razón.

Crónicas del Coronavirus 11. La libertad por dentro.

Milena Gobbo

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Los dibujos que Eva me manda son inconexos, de San Isidro a los cambios de fase, mascarillas y dudas. Y los libros. Cuando pensaba en cómo reunir todas estas cosas, me surgió la idea de esa libertad interna, de esa sensación de gobierno de mí misma que me sostiene casi siempre fuerte ante cualquier circunstancia. Hay muchas formas de rebeldía. Yo elegí la mía en algún momento de la vida, no soy capaz de recordar cuando. Es una rebeldía que va por dentro. Huyo de las confrontaciones como de la peste y no discuto si puedo evitarlo. Pero intento, casi siempre, hacer lo que creo que debo hacer, decir lo que creo que debo decir, y pensar lo que creo que debo pensar. Por eso, imagino, mis amigos de izquierdas piensan que soy de derechas y mis amigos de derechas piensan que soy de izquierdas. Yo intento que nadie sepa lo que soy (básicamente, porque ni yo misma sé ponerme una etiqueta). Me gusta esta libertad que llevo dentro. Es una libertad íntima y personal que me permite sentirme bien pase lo que pase, como un comodín secreto que sólo yo poseo. 

En estos días he leído una frase que representa a la perfección la idea a la que me refiero.  “Aunque supiera con seguridad que el mundo se va a acabar mañana, yo hoy plantaría un árbol”. Esa es la mayor prueba de libertad que existe. Hacer lo que pienso que debo hacer. No importa si conseguimos el éxito o no. Importa que lo hemos decidido, que es lo que queremos y que nos parece bien. Así que yo todos los días intento plantar mis árboles. Aunque no sepa si crecerán o si darán sombra a alguien. Como estas crónicas que escribo. Me siento bien haciéndolas. No importa si le gustan a la gente o si las aborrecen. Las escribo porque es lo que deseo hacer. Y ya está.

Fiestas de San Isidro durante la pandemia.

Fiestas de San Isidro durante la pandemia.

Las fiestas de San Isidro, esas que he vivido de tantas maneras. En la pradera con amigos o familia, viendo los fuegos artificiales en el Retiro, escuchando zarzuelas en la Plaza Mayor, o huyendo de la capital como tantos madrileños para disfrutar del mar, o de la montaña. Podría parecerlo, pero no. No siento nostalgia. Normalmente no comparo mis recuerdos del pasado con mi presente. Simplemente disfruto de los recuerdos. Las cosas que nos pasan no podemos decidirlas, pero sí podemos decidir qué hacemos con nuestros pensamientos. Y a mí me gusta recordar los buenos momentos y olvidar los malos. Es mi libertad. Yo decido. Y decido así. Decido recordar los buenos momentos (esa foto que guardo de un día con mis amigas, pañuelos y claveles en la cabeza, y sonrisa al sol). 

Más Platón y menos Prozac

Más Platón y menos Prozac

Decido a menudo, al parecer como Eva, refugiarme en el mundo literario, que tanta felicidad me ha proporcionado a lo largo de mi vida. Libros. Los amo. No hay nada más libre que la lectura. Todos los que leemos sabemos que el libro se construye a medias entre quien lo escribe y quien lo lee. Por eso decepcionan tanto las películas. Porque nosotros hemos puesto caras y voces a los personajes, les hemos imaginado y les hemos dado vida propia, y es difícil que no consideremos que “ese actor” es un impostor. O que la forma de ese dragón no se corresponde con la que nosotros creemos que debería tener. Libertad. De seguir o parar. De volver a leer. De leer con otros ojos. ¿Habéis probado a releer ese libro que os fascinó a los 15? ¿Os parece igual a los 30, a los 50? En los momentos de bajón, un libro que me haga reír. En los momentos de dudas, uno que ofrezca respuestas. En los de soledad, uno que acompañe. En los de miedo, uno que me haga volar a mundos nuevos. Siempre hay un libro que curará mi alma mejor que cualquier pastilla. Así que decido leer.

Nueva normalidad.

Nueva normalidad.

Empezamos a pasar de fase, saltando las vallas de esta carrera de obstáculos. Parece que debemos adaptarnos a la nueva etapa aprendiendo a convivir con el virus. Surfeando este mar cambiante a lomos de mascarillas (que a lo mejor acaban ahí, precisamente, en el mar de verdad, causando otros males distintos). A veces da la sensación de que nuestros intentos de acabar con el virus no tienen mucho sentido, que le alimentamos y le dejamos que siga creciendo. Y también a veces parece que los refranes se dan la vuelta. Que, en lugar de matar moscas a cañonazos, son los bichos los que tienen la artillería. Y que en boca cerrada también entran moscas. Y nos hablan de inmunidad de rebaño, que así acabaremos protegidos, pero nos sentimos también como un rebaño, sin voluntad para elegir a dónde vamos. 

No sé qué decidir, pero mi libertad interna me hace las maletas. Vuelo donde quiero, viajo donde me apetece. Nadie me lo impide. Y hago planes, como si mañana pudiera llevarlos a cabo. Porque… ¿quién sabe si mañana puedo? 

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Crónicas del Coronavirus 10. Palabras inventadas.

Milena Gobbo

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Yo estudié francés en el colegio, así que he pasado el resto de mi vida peleando sin éxito por aprender un poquito de inglés, el indispensable para defenderme en mi profesión. En ocasiones lo he pasado mal tratando de encontrar palabras en castellano que expresen lo mismo que palabras en inglés. Me pasó por ejemplo cuando empezaron a escribirse artículos en los que se usaba la palabra “empowerment” que al final se acabó traduciendo como empoderamiento. Palabra que yo personalmente odio, porque creo que no refleja muy bien la idea original. El empoderamiento no tiene nada que ver con el poder, sino más bien con la confianza en uno mismo, y con sacar el máximo rendimiento a las propias cualidades y defender adecuadamente nuestros derechos. Empoderamiento es una palabra que no me gusta. Pero ahí está. Fue una palabra que llegó para quedarse.

Llevo tiempo sin escribir. Básicamente porque tampoco tengo palabras buenas que definan mis pensamientos, mis emociones y mi conducta durante este periodo en el que nos encontramos. No hay palabra para este acorchamiento, este compás de espera, este dejar fluir la vida sin manejarla. No hay palabra para la amalgama de dudas y de contradicciones que pasean por mi interior. No hay palabra para este tipo de nostalgia de un abrazo. Para esta soledad que no lo es. No hay palabras.

Y mira que desde que llegó este virus nos hemos tenido que inventar muchas. Una de las que más odio es desescalada. ¿Qué es una desescalada? ¿Existe esa palabra? ¿Es un verbo, un sustantivo, …? No descubro nada si os digo que esa palabra no existe en el diccionario. Así que ya veo a los pobres académicos de la lengua intentando hacer una definición de la palabrita que acomode bien con esta realidad tan compleja de describir.

Eva, como siempre, plasma en sus dibujos un poco todo esto que a mí también se me pasa por la imaginación, pero de esa forma inteligente y brillante, sensible y artística, que me sirve a mí para hacer aflorar palabras. Las mías. Las que yo entiendo.

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La “desescalada”, sea lo que sea lo que eso significa, comenzó cuando acabó el mes de abril. “Ay ho, Ay ho”, cantan unos enanitos de Blancanieves en el día del trabajo, y me brota una sonrisa. Es humor negro, pero es humor. Ya quisiéramos nosotros que el inicio de la famosa “desescalada” supusiera que los sanitarios se pueden ir a descansar. Me temo que no. Que ni los sanitarios ni ninguno de nosotros podemos descansar de este virus tan fácilmente. Habrá que levantarse de nuevo para ir al tajo, nos guste o no nos guste. Nos quedan todavía muchos picos que escalar, antes de poder “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique.

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Nos han dicho que ya podemos empezar a “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique, y cada uno, lo hace como entiende, como puede, como sabe, pero resulta que no, que no es nada fácil, que no va a ser cómo pensábamos, que “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique, cuesta mucho y hay que ir bien pertrechados para no caer

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Además, el cuerpo se ha hecho a las nuevas condiciones, y la curva se ríe de nosotros (otra vez el sentido del humor, gracias amiga), nos pesa esta curva en muchos sentidos. Así que, “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique, nos va a costar lo nuestro. Sobre todo, si uno de esos significados posibles de “desescalar” consiste en volver a la normalidad… Ah! Perdón, que no, que no volvemos a la normalidad, sino a la “nueva normalidad”, para la que todavía no tenemos palabra.

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Al final, las que parece que mejor se adaptan a “desescaladas” y “nuevas normalidades”, sea lo que sea lo que eso signifique, son las viejas generaciones, esas que ya no se asustan de nada y han vivido el nacimiento de muchas palabras, aunque a día de hoy les cueste recordar algunas. Me pasman en especial las mujeres de la generación de mi madre. Esas que se peinan solas y no necesitan peluquería, que cocinan, cosen, limpian, cuidan, y si es preciso vuelven a levantar el país mientras charlan con la vecina. Se ha hablado de muchos héroes en estos tiempos, pero estos héroes silenciosos que han vivido y viven siempre pensando en los otros, con una generosidad sin límites, también se han ganado un puesto en el pódium. 

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No sé cuando la “desescalada”, sea lo que sea lo que eso signifique, me llevará a lo que de verdad necesito por encima de todas las cosas en este momento. No sé si existe una palabra para eso. Lo único que quiero hacer, sentir, vivir, es poder abrazar a mi preciosa hija embarazada, frágil y fuerte a la vez, a mi hijo que vive en Londres y no sé cuándo podre volver a ver en persona, a mi madre a la que veo a dos metros de distancia sin tocarla, a mi chico, que no va a tener suficiente espacio en sus brazos para este cuerpo mío que gana diámetro cada día, a mi hermano, que bajo su apariencia arisca es un alma sensible, a mi sobrina (a ella quiero comérmela a besos), a mis amigas del alma,… no sé si existe una palabra para eso, para este hambre de contacto físico, de abrazos, abrazos, abrazos…pero si la “desescalada”, sea lo que sea lo que signifique eso, me lleva a ese momento, dejaré de odiar la palabra y será mi palabra favorita. Lo juro.

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