CONTACTO

Puede encontrarnos en la dirección:

Milena Gobbo Psicología
Av. Presidente Carmona, 10 BIS - 1º A
28020 Madrid
España

Correo electrónico:

milena.gobbo@gmail.com

Teléfono:

91 012 76 71

Mapa, transporte público y más

Avenida del Presidente Carmona
Madrid, Comunidad de Madrid, 28020
España

910127671

Psicóloga, especialista en dolor crónico, enfermedades reumáticas y fibromialgia

images.jpg

Blog

Blog de Milena Gobbo, psicóloga especialista en dolor y enfermedades reumáticas.

Información, ideas y novedades relacionadas con el dolor crónico, con las enfermedades que lo producen (fibromialgia, artritis reumatoide, cáncer, espondiloartropatías, enfermedad inflamatoria intestinal, etc.) y con los estados emocionales que contribuyen a que se mantenga (depresión, ansiedad, estrés, etc.)

Crónicas del Coronavirus 10. Palabras inventadas.

Milena Gobbo

abrazo.png

Yo estudié francés en el colegio, así que he pasado el resto de mi vida peleando sin éxito por aprender un poquito de inglés, el indispensable para defenderme en mi profesión. En ocasiones lo he pasado mal tratando de encontrar palabras en castellano que expresen lo mismo que palabras en inglés. Me pasó por ejemplo cuando empezaron a escribirse artículos en los que se usaba la palabra “empowerment” que al final se acabó traduciendo como empoderamiento. Palabra que yo personalmente odio, porque creo que no refleja muy bien la idea original. El empoderamiento no tiene nada que ver con el poder, sino más bien con la confianza en uno mismo, y con sacar el máximo rendimiento a las propias cualidades y defender adecuadamente nuestros derechos. Empoderamiento es una palabra que no me gusta. Pero ahí está. Fue una palabra que llegó para quedarse.

Llevo tiempo sin escribir. Básicamente porque tampoco tengo palabras buenas que definan mis pensamientos, mis emociones y mi conducta durante este periodo en el que nos encontramos. No hay palabra para este acorchamiento, este compás de espera, este dejar fluir la vida sin manejarla. No hay palabra para la amalgama de dudas y de contradicciones que pasean por mi interior. No hay palabra para este tipo de nostalgia de un abrazo. Para esta soledad que no lo es. No hay palabras.

Y mira que desde que llegó este virus nos hemos tenido que inventar muchas. Una de las que más odio es desescalada. ¿Qué es una desescalada? ¿Existe esa palabra? ¿Es un verbo, un sustantivo, …? No descubro nada si os digo que esa palabra no existe en el diccionario. Así que ya veo a los pobres académicos de la lengua intentando hacer una definición de la palabrita que acomode bien con esta realidad tan compleja de describir.

Eva, como siempre, plasma en sus dibujos un poco todo esto que a mí también se me pasa por la imaginación, pero de esa forma inteligente y brillante, sensible y artística, que me sirve a mí para hacer aflorar palabras. Las mías. Las que yo entiendo.

enanos.png

La “desescalada”, sea lo que sea lo que eso significa, comenzó cuando acabó el mes de abril. “Ay ho, Ay ho”, cantan unos enanitos de Blancanieves en el día del trabajo, y me brota una sonrisa. Es humor negro, pero es humor. Ya quisiéramos nosotros que el inicio de la famosa “desescalada” supusiera que los sanitarios se pueden ir a descansar. Me temo que no. Que ni los sanitarios ni ninguno de nosotros podemos descansar de este virus tan fácilmente. Habrá que levantarse de nuevo para ir al tajo, nos guste o no nos guste. Nos quedan todavía muchos picos que escalar, antes de poder “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique.

picos.png

Nos han dicho que ya podemos empezar a “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique, y cada uno, lo hace como entiende, como puede, como sabe, pero resulta que no, que no es nada fácil, que no va a ser cómo pensábamos, que “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique, cuesta mucho y hay que ir bien pertrechados para no caer

balcones.png

Además, el cuerpo se ha hecho a las nuevas condiciones, y la curva se ríe de nosotros (otra vez el sentido del humor, gracias amiga), nos pesa esta curva en muchos sentidos. Así que, “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique, nos va a costar lo nuestro. Sobre todo, si uno de esos significados posibles de “desescalar” consiste en volver a la normalidad… Ah! Perdón, que no, que no volvemos a la normalidad, sino a la “nueva normalidad”, para la que todavía no tenemos palabra.

gordita.png

Al final, las que parece que mejor se adaptan a “desescaladas” y “nuevas normalidades”, sea lo que sea lo que eso signifique, son las viejas generaciones, esas que ya no se asustan de nada y han vivido el nacimiento de muchas palabras, aunque a día de hoy les cueste recordar algunas. Me pasman en especial las mujeres de la generación de mi madre. Esas que se peinan solas y no necesitan peluquería, que cocinan, cosen, limpian, cuidan, y si es preciso vuelven a levantar el país mientras charlan con la vecina. Se ha hablado de muchos héroes en estos tiempos, pero estos héroes silenciosos que han vivido y viven siempre pensando en los otros, con una generosidad sin límites, también se han ganado un puesto en el pódium. 

Imagen 1.png

No sé cuando la “desescalada”, sea lo que sea lo que eso signifique, me llevará a lo que de verdad necesito por encima de todas las cosas en este momento. No sé si existe una palabra para eso. Lo único que quiero hacer, sentir, vivir, es poder abrazar a mi preciosa hija embarazada, frágil y fuerte a la vez, a mi hijo que vive en Londres y no sé cuándo podre volver a ver en persona, a mi madre a la que veo a dos metros de distancia sin tocarla, a mi chico, que no va a tener suficiente espacio en sus brazos para este cuerpo mío que gana diámetro cada día, a mi hermano, que bajo su apariencia arisca es un alma sensible, a mi sobrina (a ella quiero comérmela a besos), a mis amigas del alma,… no sé si existe una palabra para eso, para este hambre de contacto físico, de abrazos, abrazos, abrazos…pero si la “desescalada”, sea lo que sea lo que signifique eso, me lleva a ese momento, dejaré de odiar la palabra y será mi palabra favorita. Lo juro.

abrazo.png

Crónicas del Coronavirus 9. Instrucciones.

Milena Gobbo

Todos, supongo, hemos tenido ese profesor o profesora que recordamos con especial cariño, y lo hacemos, no tanto por los conocimientos que nos proporcionó, sino por la sabiduría que impartió. Que no es lo mismo. Yo recuerdo un profesor que me dijo: “aprende todo, Milena, y luego, cuestiónalo”. Nunca me han dado un consejo mejor.

Cuando vi el dibujo de Eva que abre esta crónica, supe de inmediato que tenía que hacer una entrada que giraría alrededor de esa idea: Instrucciones. Si hay algo ahora mismo que podemos encontrar en todas partes y a todas horas son instrucciones. Instrucciones para elaborar una máscara protectora, instrucciones de cómo usarla, cómo colocarla, dónde comprarla… Instrucciones también de todo lo imaginable. Podemos encontrar instrucciones de cómo vestirnos, de cómo peinarnos, de cómo construir un mueble o plantar un jardín, pero también de cosas más profundas, de cómo educar a nuestros hijos, de cómo parir y de cómo morir, de cómo darnos placer y como defendernos, de cómo exigir y de cómo ayudar…. Puedo escribir durante el resto de mi vida y no acabaría la lista de instrucciones que podemos encontrar sobre todo lo imaginable a nada que pulsemos un botón.

Y en este momento, que empieza a abrirse ese confinamiento que nos ha mantenido en casa, tenemos también instrucciones de cuándo salir, de cómo salir, de quiénes salir, de cuánto salir. El problema es que de las instrucciones se pasa a las normas, y de las normas a las leyes. Y antes de acatar ciegamente instrucciones, normas y leyes, es importante entender lo que proponen, cuestionarlo y decidir si lo hacemos propio o no.

Aprender todo y cuestionarlo todo. No olvido el consejo.

En algún momento de mi vida, alguien me presentó como “experta en…”. Me entró un ataque de risa por dentro. ¿¿Experta??? ¿yo???? Así que, entono el mea culpa. Porque en algún momento yo también he dado instrucciones y normas, con la mejor voluntad del mundo. Hoy quiero redimirme y dejar claro que las instrucciones son sólo eso. No son verdades ni mentiras, sólo instrucciones. Cosas que podemos hacer o no para conseguir un objetivo, y que lo hagamos o no, tiene que ser una decisión nuestra, tiene que ser porque nos parece que tienen sentido, que sirven, que nos convencen. No me entendáis mal. No os llamo a la rebelión “Dime de qué hablas, que ME OPONGO”. Tampoco a la sumisión “Es que HAY QUE hacer esto porque lo han dicho los que mandan…”. Ambas posturas son peligrosísimas. Sólo os invito a que reflexionéis y penséis en qué se hace, por qué se hace y si estáis o no de acuerdo en hacerlo, teniendo en cuenta siempre, que hagáis lo que hagáis, lo verdaderamente importante es que no os dañéis a vosotros mismos ni dañéis a los demás.

Simplemente, usad vuestro sentido común. Eso que parece tan fácil, pero es tan difícil a veces.

Ya nos pasaba antes, pero durante esta época ha sido todo mucho más exagerado. La vida no parece vida, sino una sucesión de fotografías que enviamos a otras personas que a su vez nos las envían a nosotros, todo ha ido pasando de un sitio a otro, lo que comemos, lo que cocinamos, las plantas que cultivamos, lo que nos ponemos, la música que escuchamos, las fotos de los maridos, de los hijos, de los padres, los muebles de nuestra casa. Hemos estado fuera sólo en fotografía. Irreales. Virtuales. Viviendo una vida que no es.

Contra toda lógica, esas puertas y ventanas cerradas han sido más cotillas que nunca. Todo ojos, todo oídos. La atención puesta en la conducta de los otros, pendientes de quién sale y quién entra, juzgando, valorando, simplemente cotilleando, desde la seguridad de estar detrás de la puerta. Da miedo salir. Sentirse observado. Perdido el anonimato de la bulliciosa vida normal.

Salimos, por fin, a la calle. A esa primavera que veíamos desde la ventana. A ese sol que se colaba en nuestras casas invitándonos provocador. Han tocado a la puerta y ya podemos salir, pero somos como momias que despiertan de un sueño muy largo. Desubicados. Ciegos. Extraños. Perdidos. Hemos estado tan metidos en nosotros mismos que ahora casi dan ganas de ver las cosas desde lejos, mirarlas con prismáticos sin salir de donde estamos.

Y aquí es donde llega el momento de valorar nuestras instrucciones. De salir del cajón, de nuevo haciendo equilibrios, buscando la mejor manera de afrontar de nuevo la vida, aunque sea luchando contra nosotros mismos. Porque, como le digo a mis pacientes, en ocasiones no se trata de hacer lo que nos apetece, sino lo que hemos decidido hacer. Esa es la más libre forma de ser.

Crónicas del Coronavirus 8. Mirando al futuro

Milena Gobbo

Para Eva, el arte es su medicina. Se delata a sí misma al enviarme uno de sus dibujos, en el que se ve una farmacia con un escaparate que, en lugar de medicinas, está lleno de material de bellas artes. Me trae a la memoria una entrada antigua de mi blog que hablaba, precisamente, sobre el uso del dibujo para aliviar el dolor. Está claro que la actividad artística funciona para poder regular las emociones, al menos para algunas personas. 

La medicina del arte.

Eva me manda tantos dibujos que no sé por dónde empezar. Me cuesta elegir y descartar. ¡Son todos tan interesantes! Así que opto por la actualidad. El momento. Es imposible no hacerlo porque para mí ha sido maravilloso escuchar esta mañana carreras y voces de niños. Verlos con las bicicletas (privilegiada yo, que tengo un balcón desde el que puedo verlos pasar, en una avenida ajardinada y tranquila). ¡Todos tenemos tantas ganas de correr, como ellos, por la calle! 

Hace muchos años vi una película cuyo título no recuerdo. Pero sí recuerdo que los niños protagonistas iban corriendo a todas partes. Verlos me trajo la infancia al cuerpo. Esa sensación fantástica. Esa prisa. Los niños no andan. Corren. Cuando se cansan basta una frase: “A ver quién llega antes hasta esa papelera”, y su cansancio desaparece. Es mágico. Los niños tienen ese impulso dentro que es envidiable. Esas ganas. Esa ilusión. Por eso me alegra pensar que los niños puedan salir a las calles, aunque sea con medidas, con metros, con reglas, con condiciones. Me alegra mucho. Pero a veces, oscilo, como Eva en sus dibujos, entre la alegría y la duda: ¿no estaremos jugando peligrosamente?

Del pasillo de casa a la calle…tomando medidas y procurando no jugar con fuego.

Con la salida de los niños, tengo la sensación (quizás falaz, pero no por ello menos intensa) de que este es el primer paso que damos hacia el futuro. Ellos, niños míos, son el futuro. Y que estén en la calle es un poco como acabar con el maldito virus. Ese que por la noche soñamos con destruir. Verlos en la calle me hace pensar que ya queda menos. Que alguno de nuestros intentos desesperados por destruirlo, por acabar con él, va a dar resultado. Que de una manera o de otra lo vamos a conseguir y que será pronto. Tengo ganas de verlo aplastado, humillado, destrozado, tengo ganas de poder con él, de ser más fuerte que él… aunque sienta que todavía el suelo en el que me apoyo sea peligrosamente inestable.

Lo aplasto, lo sierro, lo piso… puedo con él.

Sin embargo, no puedo menos que hacerme preguntas. Ya queda menos, sí, ya queda menos…pero ¿menos para qué? ¿qué es lo que vendrá después? ¿cuál es el mundo que nos espera? ¿qué nos depara el futuro? En esa ventana al mundo que son nuestros teléfonos móviles he visto miradas de todo tipo. He visto gente que simplemente esconde la cabeza y cierra los ojos al futuro porque no lo quiere ver. También gente que alza los ojos a las alturas. Al cielo de sus creencias para confiar en Dios y en su intercesión.  A las alturas de los que gobiernan, porque confían o desconfían de ellos, y piensan que la solución o la derrota llegará de allí. A las alturas de la ciencia, de los sabios, de los gurús que pensamos que tienen conocimientos superiores a los nuestros y que van a encontrar la forma de salvarnos del virus, y de sus consecuencias. Y entre medias, encuentro miradas de todo tipo: esperanzadas o suplicantes, suspicaces o confiadas. Yo, me identifico con los que miran de frente. Los que simplemente miran. Los que observan. Los que intentan verlo todo. Los que miran al futuro intentando estar limpios de sesgos, expectantes, curiosos. Sin vaticinios. Sin catástrofes. Sin triunfalismos. Sólo viendo cada día lo que llega. Y deseando, eso sí, que siga llegando un día nuevo, y que el que llegue sea al menos un poco mejor. 

Porque desear es gratis. Así que, a poder ser, deseo que llegue el día de la madre, el próximo fin de semana, y que mi regalo sea un poco de aire de Madrid.